Pedagogía del aburrido: Escuelas destituidas, familias perplejas By Ignac Lewkowicz Cristina Corea

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Corea afirma que en la era de la información y de tecnologías comunicativas sofisticadas, aunque parezca paradójico, la comunicación no se ha consumado como la forma ideal de la integración democrática ni en herramienta tecnológica de la educación y el conocimiento. La comunicación ha dejado de ser una vía para establecer relaciones entre semejantes a través de un código compartido. Ese código implícito era el que volvía consistente el vínculo entre los interlocutores: a través de la permanencia y la repetición los signos apuntaban a los mismos referentes y los sentidos se instituían como sentido común. El Estado, mediante un disciplinamiento práctico, instituía ciertas significaciones.
Ahora, con el agotamiento de las instituciones, el flujo continuo de información barre con la dimensión espacio-temporal de la comunicación, no permite a los actores reconocer ciertos signos porque no existe el código compartido.

Corea habla de subjetividad pedagógica y subjetividad mediática para distinguir las distintas series de operaciones realizadas para habitar un dispositivo o situación (el dispositivo escolar reproduce subjetividad pedagógica, el dispositivo familiar reproduce subjetividad paterno-filial, etc).
Por un lado, en la subjetividad que se produce en las prácticas pedagógicas se instituyen la conciencia y la memoria (que funcionan sobre signos y se organizan sobre elementos que pueden ser recuperados por la memoria). La percepción es doblegada por la conciencia, porque mientras más se reduzcan los estímulos más eficazmente funciona la razón.
Por otro lado, en la subjetividad que se produce en las prácticas mediáticas hay saturación de estímulos y la conciencia no llega a instituirse, reina la percepción. Llegan imágenes pero no como signos sino como estímulos.
En la subjetividad pedagógica el tiempo es acumulativo, cada momento requiere de uno previo que le dé sentido. En la subjetividad mediática, cada imagen sustituye a la anterior sin relación de coherencia y cohesión, solo se vive la puntualidad del instante.

En la era de la información fluida, todo emisor tiene que pensar no solo en el mensaje sino en cómo producir las condiciones de recepción. La recepción ya no es una práctica instituida y garantizada por la existencia de un código, ya no es genérica sino que es singular y generada individualmente por cada usuario. Algunos aspectos que conspiran contra la posibilidad de sentido son la saturación, la velocidad y el exceso.

La subjetividad ahora se construye en el propio diálogo, no viene dada previamente a la comunicación (por el código) como antes. También ha cambiado la figura del destinatario, aquel que se ligaba con las instituciones recibiendo de ellas algo que no tenía (como el niño que se liga con la escuela para transformarse en adulto) por la figura del usuario, el que usa insumos e información pero también puede generar operaciones: se apropia de lo que usa y se constituye a partir de eso que usa.
Entonces, el diálogo actual se da tras el agotamiento de la vieja función de transmisión de la pedagogía tradicional (el adulto le transmite al niño un saber y unos valores). Ahora el devenir es incierto, no hay idea de progreso ni verdades absolutas, por lo tanto no se puede saber: hay que pensar. El diálogo entonces liga al adulto con el niño, pero ninguno de los dos está ya constituido previamente al diálogo. Y esta constitución de la subjetividad no es institucional sino situacional.
Sin comunicación instituida, hay por lo menos dos operaciones que es necesario hacer (y que antes estaban aseguradas): producir condiciones de recepción y disminuir los efectos dispersivos (la fragmentación de significados).
Si la figura del receptor era la del que decodificaba e interpretaba, la del usuario es la del que elabora estrategias capaces de navegar el caos de la información. Corea distingue dos figuras del niño usuario: el actualizador y el programador. El actualizador es el usuario conectado automáticamente al flujo, saturado de estímulos, incapaz de hacer operaciones. El programador es el que se produce a sí mismo mediante las operaciones de uso, conexión o apropiación de la información, generalmente a través de la desaturación de lo que estaba saturado. Mientras que el receptor tradicional estaba amenazador por la imposición ideológica y la censura, el usuario está amenazado por la superfluidad, puede desvanecerse a cada instante.

La experiencia de la palabra superflua, aquella palabra que no produce nada en quien la dice ni en quien la recibe, es propia del sufrimiento contemporáneo, un sufrimiento por desvanecimiento general del sentido. Mientras que antes el aburrimiento se daba a través de la prohibición, de un mundo interno que no podía expresarse, ahora el aburrimiento es por desolación: el sujeto está abrumado, hipersaturado de estímulos, y se repliega y desconecta.
9789501221770 ¿Cómo se educa al joven aburrido? es la pregunta que Lewkowicz y Corea, los autores, se realizaron antes de comenzar muchas de sus investigaciones, y que trasladan a cada uno de los lectores en el transcurso de este libro.

Los mass-media y la cultura de información crean nuevas subjetividades, nuevas formas de ver y estar en el mundo. ¿De que nueva subjetividad hablamos? ¿que es lo que ha cambiado? y más importante: ¿que ocurre con la educación de estos nuevos sujetos?

En un mundo que padece de la caída de sus instituciones, así como de tantas otras figuras clave, nos revelan nuevas constituciones en niños, niñas y adolescentes.

Los autores brindan disparadores en cada capítulo -disparadores y no conclusiones- necesarios para pensar los fluidos tiempos que corren.

Una obra que no puede faltar en la biblioteca de quienes deseen profundizar en lo que refiere a educación del siglo XXI. 9789501221770

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